sábado, 29 de septiembre de 2018

Confesiones de un ex-Diputado.-



En estos días que las cloacas del poder desbordan
por las alcantarillas del periodismo que se alimenta del fondo de reptiles, esta historia, absolutamente ficticia aunque verosímil, sale a la luz para que el improbable lector tenga una idea de cómo funciona el tinglado. 
Si no acaba de entender sus entresijos, no se preocupe, la puñetera realidad política de cada día es aún más complicada. En eso está el truco, en que el respetable se haga un lío y cambie de canal.

"Hasta entonces lo tenía todo: Acta de Diputado, influencias en el negocio de la construcción, negocios en B y una amante de buen ver y mejor palpar. Pero los envidiosos arruinaron mi carrera política.

El Acta, de mi propiedad propia y privada, me la gané a pulso. Los ciudadanos me la dieron gracias a mi habilidad y mi tesón. Porque ha de saber Vd. que entré en los círculos políticos por la base, de botones como quien dice, para llevar los cafés y la prensa al Jefecillo de la Agrupación de Barrio. Éste, a su vez, todas las tardes le llevaba las pantuflas y los chismorreos de los afiliados – que yo le contaba – al Semijefe, a su chalet de Las Rozas.

El Semi, llamado así por los rencorosos a los que yo espiaba, despachaba una vez por semana con el Quasijefe, y le contaba los chismes por cauce reglamentario. El Quasijefe tenía un despacho en Torre Pissarro con moqueta de lana inglesa y secretaria eficiente y bien entetada para lucimiento personal del gerifalte. El Semi, desnatado políticamente y bastante cremoso de ambiciones, lustraba los zapatos italianos del Quasijefe, mientras influía para colocar a sus amigos. A cambio, éstos conseguían votos y voluntades para que el Semi heredase el despacho del Quasijefe, incluida moqueta de lana inglesa y secretaria eficiente y bientetada.

El Quasijefe lo sabía, pero no le importaba, porque aspiraba a la Presidencia de la Consejería Técnica de la Caja de Ahorros Mantua Carpetana, oficialmente responsable de la promoción social de viviendas. Un primo suyo era presidente de la Junta de Portavoces de la Comunidad. Éste había ultimado un proyecto de ley que liberaba varios millones de metros cuadrados para la construcción. Y, casualmente, se trataba de unos eriales propiedad de la familia en el culo de la ciudad, donde se iba a realojar a  miles de marginales y emigrantes.

Mientras estudiaba la carambola político/urbanista/social, el Quasijefe rendía pleitesía los lunes y jueves al Segundo Jefe, de quien esperaba grandes apoyos. No en  vano, la mujer del Segundo Jefe había salido elegida Concejala de los Pobres en la renovación de los cargos municipales; y esto, gracias a los votos de las agrupaciones locales, que el Quasijefe controlaba a través del Semijefe, en connivencia con el Jefecillo de la Agrupación, al que yo llevaba el café, la prensa y las habladurías.

El Segundo Jefe, a su vez, tenía sus ambiciones  puestas en las prerrogativas del Supremo Jefe. Éste manejaba el hacha de los ceses fulminantes con gran habilidad y nadie perturbaba sus privilegios e influencias. Por eso, el Segundo Jefe planeaba una escisión del ala más progresista bajo el nombre de Renovadores con Base. Ironía geométrica basada en el teorema de: altura partida por la base y  me llevo el 3% de comisión.

El Supremo Jefe, con discreción política, jugaba al golf una vez al mes con el Presidente Patrio, en un club exclusivo de Marbella. Cultivaba su amistad a la espera de la alternancia en el poder y nada  perturbaba esa plácida espera.

Yo, en la base de la base – como ya le he dicho – hacía de botones, felpudo y consejero viperino, según las circunstancias. Hasta que mi inteligencia me llevó a ocupar el puesto de Jefecillo de la Agrupación, tras una votación tumultuosa y amañada en la que puse en evidencia la ineptitud de mi antecesor.

Ascendido a pantuflero y correveidile vespertino del Semijefe, le impliqué en negocios de juegos, bingos y máquinas tragaperras. Él recibía pingües comisiones de los empresarios del ramo en calidad de presidente honorario, y yo le presionaba para ser incluido en las listas de diputados a la Comunidad Autónoma. Pero, como él tenía otros compromisos con más influencias políticas, rechazó mi candidatura. Y yo, entonces, pasé información confidencial a una periodista trepa; estalló el escándalo de las tragaperras y el Semi se esfumó en  el limbo de los fracasados.

Por mi labor callada, canalla y eficaz, el Partido me asignó el papel de Semijefe y empecé a visitar asiduamente al Quasijefe en su despacho de Torre Pissarro. Éste, empeñado en alcanzar la Consejería de la Caja Mantua Carpetana, me prometió su cargo - moqueta inglesa y secretaria buenorra incluidas - si la Asamblea aprobaba la recalificación del nuevo paraíso terrenal. Entonces, contraté la empresa de detectives El Sabueso Sutil y, en pocas semanas, sabía de todas las debilidades de los diputados: negocietes promiscuos político/financieros, homosexualidades vergonzantes, ineptitudes manifiestas, utilización de bienes públicos como patrimonio familiar, etc, etc, etc.

Con tacto y habilidad moví voluntades, y la ley recalificadora salió adelante. El Quasijefe me incluyó en la lista de candidatos y me eché de amante a su secretaria por aquello del prestigio social. Todo perfecto y según el horario previsto. Lástima tanto envidioso como hay suelto.

Vistas mis habilidades negociadoras, mis compadres de Partido, con voluntad unánime, me recomendaron al Segundo Jefe. Ellos estaban interesados en alejarme de sus zonas de influencia - ¿sabe usted? - y querían ver en qué quedaba la aventura secesionista que él apadrinaba.  Así me convertí en jefe de filas de Renovadores con Base y el poder iba llegando a mis manos. El Gremio empresarial del Hormigón me nombró su asesor emérito, los Promotores Inmovilistas me pedían consejo antes de comprar terrenos, y el Empresariado Ex-agrícola me regalaba parcelitas en yermos recalificables.

La semana previa a las votaciones autonómicas, el Segundo Jefe le exigió al Quasijefe una participación en el negocio de la promoción social. A cambio le daría su voto, indispensable para lograr la Presidencia de la Caja Mantua Carpetana. Y dicen que no fue ajena a esa pretensión su mujer, la Concejala de los Pobres, que creía haber ganado la concejalía por méritos propios, y no por turbulencias de socapa y mano izquierda.

El Quasijefe, de acuerdo con mi amante, su antigua secretaria, me presionó para que liderara la secesión de Renovadores con Base. Así, el Supremo Jefe creería estar ante una traición del Segundo Jefe y le defenestraría ipso facto. Entonces, el voto para la Presidencia de la Mantua Carpetana sería emitido por una Comisión Gestora de la Caja - cuyos miembros debían favores al padre del Quasijefe –, yo llegaría a lo más alto de mi prestigio político y él se alzaría con el santo y la limosna.

Pero los entresijos de la política se mueven por extraños vericuetos, como usted no ignora. Llegó el día de las elecciones, saqué mi Acta de Diputado, proclamé la secesión de Renovadores con Base y fui el hombre más solicitado por los medios de comunicación. Me llamaban de la tele oficial; me llamaban de las cadenas privadas; se me rifaban las emisoras de radio y la prensa. Asustados, me llamaban mis jefes con promesas o amenazas. La gente, por la calle, se paraba a mi paso y me llamaba de todo... y me gustó.

Visto el ascendente social que los medios me estaban dando, empezaron a temer que las bases del partido me aclamasen como renovador de la ética ideológica; por eso, el Supremo Jefe, el Segundo Jefe y el Quasijefe se conjuraron para perderme. Para ello, recurrieron al Jefecillo de Agrupación de Barrio, un trepa sin escrúpulos a quien yo había puesto. Él sacó a la luz mis chismorreos, el degüello político del Semijefe anterior, los trapicheos inmobiliario y el golpe de mano de los Renovadores con Base. Y hasta mi amante, ex-secretaria del Quasijefe, me denunció por acoso sexual interruptus, violencia de género muy de moda y que escandalizaba mucho en aquellos días.

Me reclamaron el Acta de diputado – ya sabe Vd. cuánto me presionaron -,  pero me negué. Así que, con mi acreditación bajo el brazo, emigré a esta república centroamericana en la que ejerzo mis habilidades políticas. Debido a mi experiencia en el mundo inmobiliario, me contrataron para lavar la fachada patriótica de un militar golpista. 

Con la prensa y la televisión en manos de la oligarquía, he lanzado la campaña de “patria, justicia y pan” que ha calado hondo en el populacho. He convertido al espadón sanguinario en líder carismático, y me he retirado a mi finca. Aquí me dedico al cultivo ecológico de especies botánicas exóticas. Y, aunque mis explotaciones de cannabis sin pesticidas son un negocio floreciente, no consigo olvidar que un día fui diputado autonómico. Miro el Acta enmarcada en plata, y una lágrima de nostalgia corre por mis mejillas."

Si el improbable lector no ha entendido gran cosa, insista, insista en la lectura, que esta historia es un reflejo del juego político actual. Y si, ni aún así se aclara, es porque hay un comisario de la brigada político-social que todo lo enmaraña con sus kilómetros de grabaciones y trampas saduceas. ¡¡¡No se desanime, coño!!!

1 comentario:

  1. Honorable JJ a estos políticos les lleva lejos su labor callada, canalla y eficaz.
    El verano intenso frutifica tu creatividad

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