viernes, 13 de marzo de 2020

Acojonavirus en el súper.-

Extracción de la piedra de la locura.

No es por distraer al improbable lector de sus neuras coronavirales, pero este jubilata anda dándole vueltas a lo que dejó dicho Noemi Klein sobre que  “En momentos de crisis, la población está dispuesta a entregar un poder inmenso a cualquiera que afirme disponer de la cura mágica, tanto si la crisis es una fuerte depresión económica, como si es un atentado terrorista”, o una epidemia vírica multiplicada por una pandemia de pánico. Lo último es de mi cosecha; lo cual no tiene rigor sociológico, pero tiene visos de ajustarse a la realidad.

Esta sociedad nuestra no hallará sosiego hasta que un Libertador, Mesías o Profeta fabricado ad hoc por los poderes fácticos nos libere de angustias víricas, de forma que el IBEX-35 recupere su pulso habitual, las estanterías rebosen papel higiénico y la vitrina refrigerada de las pizzas nos muestre sus amables, familiares y variadas ofertas de cuatro estaciones, margarita, queso y salami, y tantas otras suculencias que dan sentido a nuestras vidas de consumidores confiados en las bondades del sistema.

Y como el pánico social es de libre consumo, la santa y yo hemos corrido al Ahorra Más del barrio a reponer la despensa. Siguiendo la estela del terror milenarista colectivo, en plan desabastecimiento bolivariano/venezolano, queríamos llenar el carrito de la compra como para un aislamiento por causa de una guerra nuclear, pero nos dimos cuenta de que sólo necesitábamos dos botellas de aceite (girasol y oliva), un pimiento morrón para un guiso, y un par de cajas de leche. 

Lo único novedoso fue que rescatamos un paquete de tallarines que mostraba su desolada soledad en una estantería desertizada por el acaparamiento compulsivo del respetable.  Aun así, en la cola de la caja, la gente nos miraba raro por llevar una cesta de compra tan poco ajustada a la hambruna colectiva presagiada.

Lo que a un servidor más le sorprendió, aparte la abundancia de munición de boca que desbordaba los carritos, y la consiguiente desolación de las estanterías, fue el acaparamiento de papel higiénico. De dos carritos hasta las trancas que llevaba una pareja de jubilados rengos, un tercio de uno de los carros estaba cargado de rollos. Un minuto de reflexión fue suficiente para entender la lógica del asunto. Tanta y tanta comida llevaban que era normal pensar en su evacuación tras su paso por el tracto digestivo: tanto deglutes, tanto defecas. Así se cumplía el refrán castellano: según come el mulo, así caga el culo.

No se vaya a pensar el improbable lector que un servidor se toma a coña la emergencia sanitaria que estamos sufriendo. Acepta consejo de dondequiera que vengan. Así, aparte de los consejos elementales de higiene personal, no restregarse los ojos ni meterse los dedos en la nariz, no dar la mano a desconocidos, o la conveniencia de hablarse a la distancia de un grito, hay remedios muy respetables que corren vía guasap. 

Ahí va el que me han enviado a mí, por si resultara útil: “Hola. ¿Crees que puedes rezar un Padre Nuestro y pasarlo a 10 personas? Es una vigilia para pacientes con cáncer, y para detener “el coronavirus”.  Solo hay que pasarlo a 10 personas. Yo, con que lo lean los lectores de esta bitácora, creo que llego al cupo. Y piénsese que tiene un doble efecto beneficiosos, pues sirve para el cáncer y para el dichoso coronavirus que tanto nos agobia. Y es gratis.

Se lo consulté a mi vecino el depre, quien se había aislado en una habitación de su casa tras una barricada de cajas de clínex. Bien es verdad que tuve que hablarle a la distancia del palo de la fregona, pero estuvo de acuerdo que mejor era llenar las iglesias de rezadores que los hospitales de infectados. Por una vez se le veía optimista. 

Ante mi sorpresa por su actitud, me confesó aquello que se dice de mal de muchos, consuelo de tontos. Él era un depre solitario al que la depre en turbamulta y sin matices le hacía sentir como el tuerto que reina en el país de los ciegos.  Él era - insistió - un depresivo profesional, mientras que las masas acojonadas, una volatería de pollos sin cabeza. Así que recomendaba muchas cadenas de oración vía guasap.

Un servidor, dicho sea en confianza al siempre estimado e improbable lector, no pudo vencer el natural escepticismo que conlleva la edad. Si los padrenuestros curasen el coronavirus, no los repartirían gratis. Se venderían en el súper y se anunciarían por la tele, e incluso se haría mercado negro. De la misma forma que no salen gratis las mascarillas, los guantes de látex, el jabón desinfectante y el alcohol, que se han puesto a un precio como de estraperlo en posguerra. 

Pero ya se sabe cómo es el infierno de los descreídos, que te ponen un remedio a mano y le das la espalda con dignidad ofendida y grave ademán de intelecto superior. Pero en casa es otra cosa. En casa, por si acaso, la santa y yo, cuando nos besamos, es por los extremos de un palito de selfi. Y no nos va mal.

4 comentarios:

  1. Muy bueno Juan José, sigue en tu línea, es cierto que la gente no es consciente del acaparamiento que conlleva al consumo y desperdicio de miles de productos.
    Me recuerda el conflicto absurdo de "La Isla Perejil".
    Saludos y a seguir entreteniendo el tiempo con tus comentarios.

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  2. Muy bueno Juanjo, siempre hay gente con poca cabeza, mas bien diría yo con poco intelecto. A seguir deleitándonos con tus teflexiones.

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  3. Muy bien juanjo, sigue con el padrenuestro... No sea que nos haga falta

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