viernes, 1 de septiembre de 2023

Caminos, 3. Huellas.-

 


Quien inventó la palabra “basuraleza” sabía bien lo que se decía al definir esos paisajes salpicados de pequeñas basuras que los humanos dejamos como un rastro de nuestro paso por la naturaleza. El caminante, en su deambular, se desplaza por un paraje naturalmente hermoso pero que se advierte un tanto descuidado. Para quien camine y no observe, el lugar está aparentemente limpio, a condición de no prestar demasiada atención a las pequeñas basuras diseminadas por el entorno. 

A cada paso que el caminante da, o a cada vistazo que echa en torno al camino que sigue, encuentra el suelo tachonado de pequeños residuos en proceso de degradación, tales como plásticos, envases, bolsas, envoltorios, tampones usados, un pañal con las cacas del niño, vidrios, latas, papeles pringosos o no, clínex que señalan descargas de vejiga, mierdas de perros, colillas…

Todo ello diseminado un poco por todas partes, entre las hierbas agostadas del suelo, entre los matorrales, agarrado a las ramas bajas de la maleza, sin formar montones de residuos, sino extendidos por el entorno al alcance de la vista. Es como si un sembrador los hubiera diseminado al azar, lanzándolos con la mano para extenderlos como si se tratara de una sementera de desechos de materiales que en su día fueron objeto de consumo y hoy ya son inservibles.


Nunca, en estos años pasados, se me había ocurrido pasear por el sedero junto al arroyo de la Saúca en Pinilla del Valle. Trascurre paralelo al arroyo, protegido por los grandes y viejos chopos que sombrean el lugar, hasta el túnel bajo la carretera y que lleva del otro lado, donde llega el camino que baja del puerto de Malagosto. Aunque el arroyo ya baja casi seco, tiene tramos con agua que aún se mantiene viva y su vista alegra la placidez del lugar, dándole esa sensación de frescor que se defiende, gracias a la espesura de la vegetación, de la canícula sin tregua de este verano inclemente que estamos padeciendo. Eso hasta que uno se topa con la “basuraleza”, esa mezcla de cochambre, fruto de la desidia humana, y paraje natural mancillado.

Estos de agosto no son días para hacer grandes marchas a causa del calor, así que doy paseos que pueden llevarme unos ocho kilómetros entre ida y regreso, por caminos llanos, para volver pronto a casa. El de hoy me ha llevado a Pinilla, que es un paseo de unos 4 kilómetros desde Rascafría. Pero como me ha sabido a poco, recorro el pueblo por las afueras, junto al arroyo, hasta dar con un sitio de una belleza agreste, como la de lugar abandonado por los humanos cuando dejó de ser útil a sus necesidades de vida rural: En una pared de piedra, un caño seco, y a sus pies un abrevadero en tres cubetas horizontales toscamente labradas en buen granito. Al lado del abrevadero, un par de mesas de piedra absolutamente rústicas. Los tableros bien podían tener medio metro de grosor, sin tallar, apoyados sobre pies derechos, también de granito apenas desbastado, con unos bancos de la misma materia sin apenas trabajar. Allí leo un par de capítulos del Elogio del caminar de Le Breton por el simple placer de la lectura en solitario, en silencio, en un lugar agreste y umbrío, aunque descuidado.

Hay, entre la civilización rural/urbanizada con sus buenas casas de verano y sus calles limpias y bien pavimentadas, por un lado, y por otro el campo con sus prados, delimitados por viejas paredes de piedra rústica, y su arboleda, un lugar de nadie como aquel donde yo estuve. Un no lugar, que diría Monsieur Augé, que los humanos anónimos no identifican ni como el pueblo donde viven, ni como la naturaleza del entorno, sino justamente una frontera imprecisa entre ambos y lejos de los servicios de limpieza municipales. Allí, el bípedo anónimo va diseminando las pequeñas cochambres que, en su efímera vida útil, han sido recipientes, envoltorios u objetos de usar y tirar.


Por olvidar situación tan lamentable, callejeo por el pueblo y me paro ante la pequeña estatua en bronce, levantada en homenaje al hombre del campo. En su pedestal, una poesía de Vicente Alexandre:

Sobre esta cima solitaria os camino

campos que nunca volveréis por mis ojos.

Piedra del sol inmensa, entero mundo

y el ruiseñor tan débil 

que en su borde la hechiza.

Desengáñate, improbable lector: no es lo mismo dejar la huella de tus pasos en el camino que cocear un paisaje.

 

 

2 comentarios:

  1. Siento una tristeza por todos esos restos que viste y que vemos a diario. Con poca esperanza de cambio escribo esto para decirte que no estás solo, un abrazo

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  2. Gracias Juanjo, es triste pasear para encontrar la basuraleza

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