Leo por aquí y por allá, un poco a salto de mata y
sin demasiado rigor, noticias, comentarios, pareceres, bulos, artículos
indignados y plagados de exabruptos – como el de Juan M. de Prada – con
vocabulario de tripas afuera y votoadiós. En fin: leo en el cenagal informativo
en que nos ha sumido el cenagal de barro y agua que se ha desplomado desde los
cielos hasta los suelos valencianos.
Me ha hecho recordar que, como espectadores de
hechos que se escapan a nuestro control, no tenemos noticias de la verdad
escueta si no va rebozada en comentarios interesados, descalificaciones,
malformaciones de la realidad y toda una amalgama de intereses espurios a costa
de una desgracia colectiva. Total, que vivimos inmersos en un mundo de redes de
comunicación que parecen no tener más objeto que hacer de la realidad una
trinchera, y esta realidad cuenta sólo en cuanto es objeto de manipulación
según el interés de cada contendiente.
Dicho todo lo anterior (no se disguste conmigo el
improbable lector por haberme puesto moralista), añadiré que una vejez reposada
y un tantico reflexiva, es un buen antídoto para no dejarse apasionar por este barullo
mediático de redes sociales que hoy se dispara de decibelios y nos atruena la
cabeza, y mañana pone su interés en otro asunto.
Con lo cual me estuve haciendo examen de
conciencia sobre mi participación en las redes sociales esas y descubro que
tengo mi parte alícuota de responsabilidad en ellas. Porque, sin ir más lejos,
en esta bitácora se vierten opiniones que nadie ha pedido y que son una gota en
el maremágnum de tiktokers, influencers, instagramers, youtuberos, twiteros y toda esa gente que quiere cambiar el mundo a
su gusto con el teclado de su móvil, y si no, se indigna. Lo que me ha hecho recordar aquello que
dijo Maquiavelo de que todo engañador acaba encontrando alguien que quiera
dejarse engañar.
Confieso, también, mi participación activa en varios
grupos de guasap. Vas a cualquier actividad colectiva, y lo primero es montar
un enlace para guasapear y así sentirte integrado dentro de una pequeña tribu
exclusiva. Así, a ojo, ando enmarañado en seis grupos. Y mira si corren mil
opiniones en cada uno de ellos, y en todos tienes algo que decir.
Sin olvidar el Facebook, en que estoy metido desde
que alquilé la primera conexión a Internet. Bien es verdad que no le hago mucho
caso, si no es para colgar las entradas de esta bitácora. Últimamente, no sé
bien por qué, estoy recibiendo multitud de solicitudes de amistad, y todas son
de mujeres. Sospecho que no es por mi merecimiento, sino porque son muy adictas a las redes sociales y hay un trasfondo de narcisismo que cuidan con mimo, y por
eso coleccionan amigos y “me gusta” como quien colecciona sellos.
Yo, la verdad, no me veo siendo amigo en Facebook
de una peluquera que quiere promocionar su negocio, o de una moza que insinúa sus turgencias bajo un sostén escaso, o de una joven bailadora
de salsa que baila para gustarse a sí misma, o de una pintora de gatos, o de una iluminada abrazadora de árboles.
Francamente, no me veo como pieza de interés cinegético para estas féminas, ni siquiera virtual.
Doy por supuesto que quieren aumentar su colección de admiradores o secuaces, así que, a
veces, accedo a ver si así aumento mi círculo de lectores. Vaya lo uno por lo
otro…
Y, como no me falta perseverancia, ni se sabe los
años que estoy apuntado en LinkedIn, que, por lo visto, es una red profesional
a nivel internacional. No fue por mi culpa. Me estuvieron bombardeando para que
me diera de alta, a pesar de estar ya jubilado. Tanto insistieron que me
inventé un perfil époustouflant, que dirían nuestros amigos franceses, a
ver si, cuando se diesen cuenta, me borraban por toda la eternidad. Pero, no.
De vez en cuando alguien entra en mi perfil e incluso me han llegado ofertas de
trabajo no conformes a mi calidad profesional, sino según criterios utilitarios al uso.
Recuerdo que me definí a mí mismo como Jubilata Emérito en
Jubilación Perpetua, S. L. y aseguré que era Doctor en Patafísica “ciencia de
las soluciones imaginarias que otorga simbólicamente a las delineaciones de los
cuerpos las propiedades de los objetos descritas por su virtualidad”, y que
Fernando Arrabal fue mi director de tesis.
A pesar de mis supuestamente altas cualificaciones
profesionales, en LinkedIn hacen gala de una inteligencia de alpargata. Lo digo
porque, cuando han aparecido ofertas de trabajo en mi perfil, eran de reponedor
de supermercado o de pinche en un burguer, como si un doctor patafísico laureado
por la Sorbona no pudiese desempeñar un puesto de CEO en cualquier
trasnacional con sede en Panamá, pongamos por caso.
Por no aburrir al improbable lector, todo lo que
antecede es fruto de la ociosidad, a la que conviene poner freno. Ya lo dijo el señor de Montaigne: mi espíritu ocioso engendra tantas quimeras, tantos
monstruos fantásticos, sin darse tregua ni reposo, sin orden ni concierto, que
para poder contemplar a mi gusto la ineptitud y singularidad de los mismos he
comenzado a ponerlos por escrito, esperando con el tiempo que se avergüence al
contemplar imaginaciones tales.
De igual forma, el espíritu ocioso de un jubilata
lleva a verter sobre la pantalla opiniones de las que debería avergonzarse cuando uno
las relee, pero insiste en ellas. Porque, a ver, en algo hemos de gastar el
tiempo que nos queda de descuento.
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