Como un “almacén transitable” o “almacén-archivo” del
conjunto de actividades de la autora de esta instalación que he visitado en el
Reina Sofía, así lo define el texto de presentación. A lo que este jubilata ha
entendido, a fuerza de leer a quienes parecen saber de esta muestra, este Hello
Everyone es la “encarnación y performatividad de las obras en ausencia de
la artista”. O sea, este “almacén transitable”, en el momento de mi visita,
estaba huérfano de la corporeidad física de la artista, que usa su voz y su
cuerpo gesticulante como una herramienta más de la expresión artística.
Más o menos es lo que he entendido, sufrido lector, que no sé expresarme mejor ni más claro en este mundo de las instalaciones performativas donde el artista presta su cuerpo serrano y las modulaciones de su voz para una manifestación integral de su arte.
Menos mal que la propia artista nos lo advierte en un gran cartel: Entende'm no m'entendràs perqué no mi entenc ni jo. Con esa advertencia, el visitante, ya más tranquilo, se deja sorprender mientras observa los objetos de la instalación de este almacén transitable que le han dicho que es. Pero ya libre de la obligación de entender, que es esfuerzo intelectual fuera de contexto.
Según costumbre, previamente me he acercado al Reina con ánimo de tratar de comprender aquello que estoy viendo. Solo eso. Dejarme sorprender sin prejuzgar, partiendo del supuesto de que, encuentre lo que encuentre, me guste o me parezca vacuo, aquello que encuentre es “arte” porque así lo dictaminan los sabedores del mundo del arte.
Que una señora se meta en una especie de abrevadero metálico a modo de bañera, con un tejadillo con grandes agujeros circulares, haga gluglú dentro del agua, resople o el agua borbotee por el movimiento de su cuerpo, y todo eso lo registren micrófonos e hidrófonos, y con autoridad de conocedores digan al público espectador que es una performance y tienen sentido porque es una especie de escultura en movimiento, pues, vale. Perdón por la parrafada sin respiro, es que me ha salido así.
Después del urinario de
Duchamp, que nació para un retrete público y terminó en una sala de
exposiciones de la Sociedad de Artistas Independiente de Nueva York, en 1917, es
cuestión de aguzar un poco el ingenio para que cualquier genialidad discordante
sea arte efímero. La señora Laia no estaba en el Reina en esos menesteres, pero
el experimento lo hizo, creo que en la fundación Joan Brossa y lo recoge alguna
cartela con foto de la exposición.
Pues, eso. Y ahora, intenta explicar al improbable lector tu visita en la bitácora sin parecer o un engreído conocedor de las tendencias artísticas actuales, o un necio redomado y carrozón, carente de sensibilidad artística por atrofia neuronal debido a la vejez. Pues eso, lo estoy intentando y me sale un churro barroquizante a fuerza de emplear términos usados por los comisarios de la exposición, entreverados de cierta acidez verbal.
De estas visitas que hago de vez en cuando al Reina para ver sus exposiciones temporales, he aprendido que lo más provechoso es leerse las cartelas antes de ver los objetos que son portadores de un arte fuera de los parámetros que damos a la palabra “arte” los que somos de a pie. No por el objeto en sí, que puede ser de uso vulgar extrapolado a conceptual-artístico, lejos del sentido estético clásico que enseñaron a los de mi generación en las facultades de Letras.
Dándole vueltas al asunto, mientras
cruzaba el Retiro, de regreso a casa, pensaba en esa cita de Zygmunt Bauman: Sobre la
educación en un mundo líquido, que conservo entre mis favoritas: “Artistas que una vez identificaban el
valor de su trabajo con su duración eterna, y por lo tanto luchaban por
alcanzar una perfección que imposibilitara cualquier cambio posterior en su
obra, ahora organizan instalaciones destinadas a ser desmontadas una vez se
acaba la exposición, o bien organizan eventos que terminarán en el preciso
momento en que los actores miren hacia otra parte”.
Claro que, remedando a Marx (Groucho), si no le gustan mis principios, tengo otros. Como esta reflexión de Juan Talón: Obra maestra: “La función del arte, la aspiración de los creadores, es hacer pensar. Básicamente, ver es pensar, y pensar es ver. Con un lenguaje propio cada vez, pero esa parece ser la función del arte: cambiar, cambiar el significado, cambiar el significado a través de la percepción, no cambiar el significado a través de la belleza”. Y hacer pensar, sí que te hacen pensar este arte efímero, en cierto modo insustancial, que termina siendo un "almacén- archivo" de cachivaches artísticos; artísticos, al menos, durante su exhibición temporal. Como si no tuvieras nada mejor que hacer de tu vida que dedicarte a pensar.
Improbable y sufrido lector, si hasta aquí has llegado,
sepas que al Reina seguiré yendo, aunque nunca alcance a saber si lo que ven
mis ojos allí es arte o superchería.
Juanjo me has obligado a pensar.
ResponderEliminarPedro
Estoy de buenas y ahí va: ni arte ni superchería, es lo que es y puesto que se exhibe en un museo, lugar predilecto de las musas, es porque es arte. Será superchería para quien no ha visto calentarse los cascos durante la visita y que por eso queda frío y mosqueado ;este tiene todo el derecho incluso a pedir la devolución del precio de la entrada, aunque es inutil que lo haga. Juanjo eres admirable, visitar lo museístico es un mínimo de decencia. No hablar mal del arte moderno, también. Gracias por tu texto, gracias.
ResponderEliminarAmigo Chus, mis visitas al Reina siempre me dejan perplejo, lo que no es poco y es muy de agradecer. Y nunca se me ocurriría pedir la devolución de la entrada porque es privilegio de los jubilatas entrar gratis. Aparte que un servidor es muy mirado para esas cosas. Abrazos.
Eliminar