domingo, 19 de diciembre de 2010

Impresionistas y otras impresiones.-


El caso es que esta semana pasada uno ha tenido en casa visita familiar a la que hemos agasajado con un chute de museos que la ha dejado culturizada por largo tiempo. Dijo, cuando llegó de Pamplona, que venía con intención de visitar algún museo y le tomamos la palabra más allá de lo que recomienda el deber de hospitalidad, hasta la pura saturación. Pobre criatura, la cantidad de museos y exposiciones que ha podido ver en estos días...
Últimamente Madrid parece empeñada en homenajear al impresionismo francés. Cuanto más gris e irrespirable se vuelve esta ciudad con la contaminación, y cuanto más sucia con las basuras a medio recoger, mayor es el empeño en mostrarnos las bellezas - siquiera en pintura - de la naturaleza en plena eclosión de colores y luces, los cielos azules y los aires transparentes. Cuanto más marrana está la ciudad, más impresionistas nos echamos al coleto que distraigan al personal de la cochambre municipal.
Si uno posa la vista sobre los raquíticos céspedes con calvas del parque del Calero (por ejemplo), lo que ve es el suelo público tachonado de marrón/mierda de perro por doquier y no esos verdes jugosos y esas pinceladas de colores vivos. Tenía razón quien dijo que va mucho de lo real a lo pintado. La realidad es más fea y más inmediata. Desengañémonos, nadie puede tener un Pissarro o un Monet en casa, pero tiene enormes posibilidades de pisar una cagada de chucho en la acera. La vida es vulgar y feucha, casi no hay ni que decirlo.
Renoir en el Prado, con multitudes ansiosas por hacer colas infinitas para consumir de visu su producción pictórica, y los Jardines impresionistas en el Thyssen y en la Casa de las Alhajas, despliegan toda la gama de colores luminosos y nos muestran la belleza cambiante de la naturaleza, los tonos dorados del atardecer, los primeros soles de la amanecida. Todo es belleza y armonía. Parece como si, de repente, a este Madrid estepario y habitualmente requemado por los soles meseteños y los hielos invernales, le hubiesen brotado todos los bosques, prados y florestas de la dulce Francia. Pero sólo en las salas de los museos.
Ya digo, es curiosa la concentración que estas semanas hay en Madrid de pintura impresionista. Incluso en la Fundación MAFRE, dentro de una interesante muestra de pintura norteamericana, una de las secciones está dedicada al impresionismo autóctono. Claro que uno, en su acreditada ignorancia, desconocía que existiesen impresionistas yanquis, tales como William Merritt Chase o John Henry Twachtman (que jamás lograré recordar).
Uno, que es europeo periférico, por educación y por inclinación es, además, eurocéntrico y se le nota en su barniz cultural. De las corrientes culturales norteamericanas, aparte conocer algunos célebres escritores, como cualquier aficionado a la literatura, apenas sabe de sus movimientos pictóricos. Conoce algo, como todo el mundo del pop art y de su profeta Andy Warhol. Sabe que fue un intento exitoso de transformar la Cultura (con mayúsculas y de élite) en cultura apta para el consumo de masas y que las célebres latas de sopa Campbell´s son un icono yanqui, al igual que la imagen de Marlyn Monroe: objetos de consumo masificado y de fama efímera: Arte de usar y tirar.También ha visto en las exposiciones algunos cuadros de Edgard Hopper, que reflejan la soledad del individuo en la sociedad moderna y que, a su parecer, tienen mucho más valor como testimonio humano que el colorido acrílico de los productos seriados de The Factory.
Pues bien, intentando vencer los prejuicios culturales a los que se siente tan aferrado, un servidor fue a ver la exposición Made in USA en la Fundación MAFRE y tuvo ocasión de observar las corrientes culturales de aquel país a través de su pintura. Desde la pintura paisajística, inspirada en una visión romántica de aquellas tierras casi vírgenes, previas a la industrialización del país y a las grandes migraciones, que cambiaron definitivamente la relación del hombre con la naturaleza, hasta las últimas vanguardias del expresionismo abstracto, allá por los años 40 y 50 del pasado siglo.
Pero, de todas las secciones en que se divide la exposición, quizás la que más le ha impresionado ha sido la dedicada al "realismo urbano", a alguno de cuyos componentes llamaron "precisionistas" por su afán de reflejar la ciudad en su cruda realidad impersonal (prescindiendo de una visión humanizada) como un marco inhóspito e impersonal donde se desenvuelve la sociedad industrial. La técnica que se emplea para mostrar esa sensación de soledad del individuo frente a la megalópolis fabril es la que corresponde en estos casos: colores fríos y planos, esquematización y veticalidad inspiradas en los rascacielos y las chimeneas de las fábricas, volúmenes reducidos a pura geometría, calles trazadas a tiralíneas, ausencia de personas que den vida... Una visión crítica de su propia sociedad industrial. Y uno pensaba que en yanquilandia no hacían más que mirarse el ombligo... Ya digo, uno es que se pone a observar y se le tambalea el sombrajo de los prejuicios culturales.
Uno, desde que lo conoció hace algunos años, siente admiración por Hopper. Y no precisamente porque encuentre belleza en sus obras (para eso están los impresioneistas) sino por la sensación de soledad y distanciamiento que se percibe en sus figuras solitarias, indiferente, que aperecen ignorar al espectador mientras se enfrascan en sus propios pensamiento y soledades. En la exposicón puede verse su obra Domingo, en la que un individuo, sentado en la acera de una calle solitaria, con lo que parece una tienda cerrada a su espalda, fuma a la espera de que vayan pasando las horas de inactividad dominical. Es una escena simple y desoladora. Bien distinta de las representadas por esos pintores barrocos del Prado que te incitan a participar del asunto que se desarrolla dentro del cuadro, mediante el recurso a algún personaje que mira hacia el espectador y le invita con un gesto a introducirse en la escena. Aqui, no. Aquí el espectador es un intruso al que la escena parece decirle: No hay nada que ver, amigo ¡Siga su camino!
Y ya puestos a hablar de arte norteamiricano, en la Fundación Juan March hay una larga muestra del paisajista Asher B. Durand que merece una visita tranquila. Se habla allí de "paisajes terapeúticos", como cuando yo voy a mis marchas serranas. Según parece, el pintor sufría depresiones en Nueva York y le recomendaron disfrutar de la naturaleza. Los bosques, lagos y montañas tienen, según Durand, un poder curativo sobre el espíritu.
... Y por hoy, vale.
Por cierto, la entrada anterior, la de Allumer sa pipe iba un poco de coña. Con tanto ajetreo de visitas estos días pasados, no tuve tiempo de escribir nada, así que coloqué ese pequeño texto en francés. Me explico: Se trata de un ejercicio escolar, de cuando estudiaba en el Instituto Francés. Por entonces, el escritor francés Philippe Delerm puso de moda la literatura minimalista con su obra La première gorgée de bière et autres plaisirs minuscules, y el profe nos mandó escribir un texto minimalista. Yo lo escribí sobre el placer de fumar en pipa.
Pues eso. Que el improbable lector me perdone el desbarre.

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