domingo, 22 de septiembre de 2013

Un bloguero de antaño.-


El improbable lector sabrá perdonar el anacronismo y el despropósito de suponer que antaño, antes de la invención de Internet y las redes sociales – incluso antes de la invención de la electricidad –, existían blogueros interesados en hablar de lo divino y lo humano, como actualmente lo hacemos los miles de internautas que nos hemos montado un blog a la medida de nuestro ego.

Este jubilata lo dice porque se evidencia una cierta similitud entre ambos casos -como se dirá-, aunque bien es verdad que un poco traída por los pelos. Piense, sin embargo, el lector, por unos momentos, en el paralelismo que existe entre aquellos viejos arbitristas de los S. XVI y XVII en nuestras Españas de los Austria y los tertulianos actuales que, tras sesudos análisis de la actualidad más inmediata, imparten urbi et orbi (ya que vamos a hablar de latines…) soluciones clarividentes a las que nuestros gobernantes no llegan con toda su caterva de asesores.

Estos preclaros tertulianos, como aquellos arbitristas antañones, desmenuzan,  con bien trabadas razones, los males que nos aquejan y proponen soluciones que, de ser tomadas en cuenta por los gobernantes, convertirían a este país en el Reino de Jauja, donde se ataban los perros con longaniza. Pero ni los arbitristas arbitraron soluciones efectivas para los males del antiguo régimen, ni los tertulianos actuales dan con una solución que remedie la decadencia borbónica actual… Pero dejémoslo aquí, que con el cambio de agujas nos hemos ido por otra vía.

Si al improbable lector se le dijese que el autor latino Aulus Gellius es al actual bloguero lo que el Homo Antecesor al urbanita actual, a lo mejor se lo tomaba por mala parte y se rebotaba. Pero sea paciente, que los jubilatas le damos muchas vueltas a las cosas y encontramos concomitancias y parecidos donde otros, más apresurados, no ven más que un patinar de neuronas.

Fue Aulus Gellius un hombre culto de su tiempo (S II, en tiempos del emperador Adriano), que estudió en Roma retórica, gramática y filosofía. Para ampliar conocimientos hizo lo que actualmente podríamos llamar un Erasmus de tres años en Atenas, donde conoció a los más afamados maestros de la época. Quiso dejar constancia del cúmulo de lecturas, notas de curso e investigaciones en un conjunto de escritos que llamó Noctes Atticae (Las Noches Áticas) que forman 20 libros donde da noticias de todos los saberes que llegó a alcanzar. En el prefacio dice que “Commentationes hasce ludere ac facere exorsi sumus”  en la campiña Ática.

Pero no entienda el improbable lector que se trata de 20 libros llenos de materias abstrusas, sino comentarios de una relativa brevedad - escritas en latín entreverado de griego -, donde nos habla asuntos comunes de la época y de conversaciones que tenía con sus maestros y condiscípulos sobre materias de lo más variado. Sirva de ejemplo éste: nos cuenta la curiosidad de por qué las mujeres romanas no juraban por Hércules, ni los hombres por Cástor; sin embargo, unas y otros juraban por Pólux. O este otro, donde explica que en el conuiuium (el banquete) no era aconsejable que hubiese menos de tres ni más de nueve comensales, evitando así que la conversación decayese (por falta de interlocutores) o se convirtiese en un alboroto (por exceso de ellos), y que los temas a tratar fuesen de agradable conversación; ni muy serios, propios de los oradores en el Foro, ni necios, propios de gente sin cultura.

“¡Pues, vaya!” Dirá el improbable lector, “¿A quién coños puede importarle eso?” Pues sí que importa. Gracias a que don Aulo Gelio se pasaba sus noches atenienses escribiendo sus recuerdos y conversaciones con amigos y maestros, conocemos actualmente autores cuyas obras se han perdido con el transcurrir de los siglos. Digamos que esa especie de diario o memorias personales nos han transmitido conocimientos que de otra forma se habrían perdido y que enriquecen un poco más nuestro acervo cultural.

Imagínese el lector escéptico que el ínclito don Aulio hubiese conocido Internet. Hubiese pasado sus noches áticas no escribiendo con un cálamo sobre papiro, sino dándole a la tecla para colgar las entradas en su blog, hablando de todo aquello que conformaba su sociedad, su forma de entender el mundo, y dando opiniones de tanto o más valor que lo hacemos actualmente los blogueros.

 Y ya puestos a establecer concomitancias, un jubilata – con tiempo y ganas – puede llegar a ser bloguero y latinista, sin que exista contradicción entre ambos. Lo de darle a la bitácora semanal, en eso estamos desde hace cuatro años; en cuanto a los latines, lleva más tiempo, pero de eso andamos sobrados los jubilatas. Lo que importa es no quedarse sentado, viendo pasar el tiempo hasta que la Parca nos llame a filas. Que ya se dijo en antiguos latines: Quid iuuat deos inuocare dum hic quietus sedes? Qui ipse se iuuare non uult auxilium deorum non meret. (¿De qué sirve invocar a los dioses mientras estás ahí sentado? Quien no se ayuda a sí mismo no merece la ayuda de los dioses).

Por lo demás, un servidor aspira a una modesta latiniparla de forma que no se diga de él lo que – según cuenta don Julio Caro Baroja – dijo el papa Pío VI de un teólogo aragonés tras leer su tratado teológico deslavazado y farragoso: Quis est iste qui tanta et tam barbare loquitur? (¿Quién es éste que dice tantas y tales barbaridades?).

2 comentarios:

  1. Uralio Garriguez Pedrejón23 de septiembre de 2013, 12:42

    Si la chusma leyera a don Aulo en vez de ver al robaperas de turno en el "Sálvame que te ahogo" de rigor, nadie soltaría expresiones tan criminales como "de motu propio", ¿no le parece, don Juan José?

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  2. No digo yo que aquí se aprende siempre algo nuevo??

    Saludos desde Argentina!!

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