sábado, 13 de septiembre de 2014

El teatro del mundo.-

El improbable lector perdonará por este título tan barroco que me ha salido, pero a uno le viene a las mientes la carreta de las Cortes de la muerte, guiada por un diablo, con la que se tropezó don Quijote. Iban en ella un ángel, un emperador, un cupido, una dama y un caballero, entre otros personajes, y todos ellos – ya nos lo dejó advertido don Pedro Calderón de la Barca – representaban el gran teatro del mundo. Figurantes que, terminada la función, dejan de interpretar sus papeles. Se despojan de sus ropajes, de forma que ya no hay distinción entre el príncipe de la Iglesia y el criado, el diablo y el rey, quedando todos ellos en simples mortales. El simbolismo quedaba claro: la muerte a todos nos iguala una vez acabada la comedia de la vida.

Durante esta última semana, en la comedia de la vida que nos hacen vivir de figurantes, este jubilata se ha encontrado con dos personajes de quienes no sospechaba que tuviesen corazón: el gran banquero (con nombre de pillaje) de este país que podemos llamar Expaña, que sí lo tenía – corazón, digo – porque un infarto le fundió los plomos, y el emperador Calígula. Del primero no hay más que hablar, ya se ha encargado de su panegírico la Prensa sumisa; y en cuanto al segundo, aquí se habla del que nos legó Albert Camus.

Del programa de la obra.
Ese Calígula, no atrabiliario, como nos cuenta Suetonio en su Vida de los doce Césares, sino cuerdo hasta la crueldad como método. Un Calígula que quiere llevar la lógica hasta sus últimas consecuencias, por encima de la vida y del sufrimiento humano. 

Si, según le exigen sus consejeros aúlicos, el erario público, la buena marcha del sistema económico, están por encima de los propios sentimientos de un emperador, entonces, incluso la vida ha de quedar supeditada a este supremo fin. Así lo entendió Calígula. El ser humano tiene una importancia secundaria; sus sentimientos, sus emociones, su vida toda, tienen un valor escaso y pueden sacrificarse en interés de un sistema que exige todo tipo de sacrificio para su perfecto funcionamiento.

Conocida la premisa – la economía es el supremo bien – no hay límites morales, políticos, de justicia, de humanidad, que impidan sacar la conclusión que la vida, la compasión, el sufrimiento, se pueden violentar hasta la aniquilación.

Pero el banquero nuestro y el emperador romano no se parecen tanto como podría pensarse. El primero tenía una víscera cordial que se le fundió de tanto acumular pasta y poder; el segundo – al menos, el personaje de Camus – tenía un corazón atormentado, era de una sensibilidad enfermiza, y no estaba interesado en el vulgar dinero, sino en ejercer el poder hasta sus últimas consecuencias: su propia muerte, al comprender lo inalcanzable de sus sueños. El primero se conformaba con ser el Master number One de las finanzas y no contaba con morirse; el segundo buscaba una muerte desmesurada y pasar a la Historia. Calígula muere gritando ¡A la Historia, Calígula, a la Historia!, mientras que de nuestro gran banquero sólo nos queda la libreta de ahorros que cada cual tiene en un cajón de la mesilla de noche.

Vulgar destino el de estos tiempos en los que la mezquindad de los poderosos sacrifica la humanidad al logro económico, faltos de un Calígula desmesurado y clarividente, sacrificado por sus propias víctimas, que sólo aspiraba a un imposible.

Aunque no se trata más que de un juego en el escenario de la vida, por esta vez, este jubilata se ha puesto trascendente. Es que leer a Camus o ver su teatro te hace preguntar por el sentido de la vida y de la sociedad que vivimos, aunque solo sea un ratito. Metafísico estás, le decía Babieca a Rocinante; Es que no como, le contestaba éste en aquel soneto de Cervantes. Y es verdad, tampoco nosotros no comemos más que ideología elaborada, digerida y envasada en las cocinas del pensamiento único, y estamos ayunos de ideas que tengan sustancia.

Claro que siempre nos quedará la venganza poética, y podremos acabar como Calígula, gritando (en francés, que queda más patético): Je suis encore vivant!

Pero, coño, qué se habrán creído.

1 comentario:

  1. Vi Calígula de Camus hace años en Madrid y me enamoró, conocía a Camus por sus novelas pero fue con la obra de teatro con la que me cautivó ya para siempre, Cervantes y Calderón los leo y releo desde mis años en el Instituto, y este post me ha llegado en una tarde de sábado de final de un verano horrible, tarde bochornosa y espesa como mi alma en este verano aciago por tanto mal y tan poco bien, pero leerlo ha sido una brisa, casi una seda suave, que ha acariciado mi espíritu, gracias. Salud.

    ResponderEliminar