domingo, 8 de febrero de 2015

Lecturas truculentas.-

Mientras ojeaba (he estado a punto de escribir: “Ojeando”, pero me he contenido a tiempo) los libros en la mediateca de la Alianza Francesa, encontré éste que lleva por título TOUTE LA VÉRITÉ. Les scandales, drames, énigmes qui ont bouleversé le monde. A lo que se ve, se trata de una recopilación de emisiones radiofónicas de Radio Montecarlo de los años 70 del siglo pasado. Debió ser un programa muy popular en la época ya que, a petición del respetable, se hizo una edición impresa (Grasset, 1976) para que los seguidores de la emisión pudieran leer aquellos episodios que no habían podido escuchar en la radio.

Mientras leía algunos de estos episodios – con especial insistencia en los más truculentos – me acordaba de que, durante mi primera juventud, existía un programa en la Cadena SER que llevaba por nombre “Ustedes son formidables”. El locutor, Alberto Oliveras, te ponía el corazón en un puño hablando de esos dramas populares que acababan resolviéndose gracias a la solidaridad de los radioescuchas, quienes ponían sus picos de dinero como para reunir una cantidad suficiente que permitiera dar un fin feliz a una situación que el locutor se afanaba en mostrarnos extremadamente angustiosa. Se apelaba al buen corazón de las gentes y éstas demostraban que “eran formidables”. A mí - que nunca tuve un duro para darme ese gustazo de ser formidable - me gustaba especialmente porque, como sintonía, sonaba el tercer movimiento de la Sinfonía Nuevo Mundo, de Dvorak.

Pero no es el caso de este programa de Radio Montecarlo, porque en él no se trataba de despertar la solidaridad, sino el morbo popular. Se ve que esa duda de si Stalin había muerto envenenado o de una hemorragia cerebral, o lo cruel del asesinato de Trotsky de un puntazo de piolet que le dio un supuesto amigo, aunque oculto agente estalinista, o cómo pasaportaron con reincidencia a Rasputín, producían un regusto sádico entre las clases populares monegascas y francesas aledañas. De ahí su popularidad. No había historia truculenta que no cupiese en esta emisión y que no despertase ese oculto placer que proporciona el reproche moral frente a seres malvados que acaban recibiendo el justo castigo a sus perversiones.

Ya digo, leyendo algunas de estas historias moralizantes (el malvado siempre acaba sufriendo el  castigo que merece su maldad) me he tropezado con una vieja conocida, Erzebeht Bathory, a la que llamaron la Condesa Sanguinaria. La buena de Erzebeht, allá en la Hungría del S. XV, que se aburría como una ostra en su castillo mientras su marido andaba guerreando, dio en la manía de la perpetua juventud y, mal aconsejada por algunos sirvientes infames, se dedicó a raptar doncellas por los alrededores, a las que desangraba en una pileta donde ella tomaba sus baños de sangre joven y fresca. Eso aparte algunos pequeños caprichos sádicos que se permitía, como desnudar a sus criadas y untarlas de miel para que les mortificaran las moscas y las hormigas.

Pues bien, esta lectura me hizo recordar aquella peli porno de cuando los primeros tiempos del destape y la proliferación de cines X en la pudibunda España, que tuvo la virtud de acabar con las peregrinaciones a Perpiñán de españolitos sexualmente reprimidos. Se trataba de los  Cuentos Inmorales de Valeriam Borowczyk, donde en uno de ellos se relataba la historia de esta condesa del S. XV. Lo bueno de esta historia cinematográfica es que te permitía disfrutar de la visión de Paloma Picasso (en el papel de protagonista) en pelota picada. Verle las carnes blancas y prietas a la hija del pintor, con esos morritos carmín que siempre llevaba, esos ojazos negros y ese tumbao de "aquí estoy yo" que se traía, subía la tensión de los espectadores en muchos kilovatios. Aparte unas duchas colectivas en el castillo (incongruencia que el espectador ni notaba), donde se bañaban, antes de pasar por el desangradero, docenas de doncellicas con sus desnudas y tiernas carnes palpitantes, para gozo del mugiente rebaño de hambrunas carnales que poblaban la sala.

Supongo que, a estas alturas, la Paloma Picasso andará con las carnes más bien fláccidas, y sus antiguos admiradores, sometidos sus miembros a la ley de la gravedad que a todos nos obliga, estarán para pocos empinamientos y alegrías venéreas. Eso sin contar que las carnes otrora apetecibles de la Picasso han hecho olvidar el asunto central: las historias truculentas de Radio Montecarlo.

También leer la historia de  Vacher l´Eventreur, o la de Le Boucher de Hanovre (quien vendía en su carnicería la carne de los muchachos), o la de L´Ogresse de la Goutte d´Or (que ahogaba a los bebés en su regazo) produce un estremecimiento placentero, próximo al sadismo, que tiene, en algún lugar remoto del cerebro, un punto de contacto con el estímulo sexual. Solo que en esta sociedad actual, descreída de las penas del infierno, ya no tienes que ir a confesarte de pensamientos y tocamientos impuros. Cosa que sí ocurría tras aquellas primeras películas donde la lencería ya no ocultaba los dones con que la madre Venus había dotado a las hembras humanas, y el españolito, temeroso aún del infierno y de las secuelas Régimen, encendía una vela a Dios y otra al Diablo.

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