sábado, 10 de septiembre de 2016

Investiduras que se resisten.-

Eso de que seríamos el hazmerreír de Europa si fuésemos a unas terceras elecciones, como dice la Vicepresidenta, tampoco es para tomárselo tan trágicamente. Ni las voces agoreras en plan Oigo, Patria, tu aflicción que corean desde la prensa adicta estabulada en el aprisco mediático.  Total porque a don Mariano le han marrado dos investiduras. Como si el ilustre Registrador fuera imprescindible para el devenir de España en lo universal.

Este jubilata lo dice porque, en situaciones parecidas, los libros de historia suelen ser muy socorridos a la hora de recordarnos hechos similares que ocurrieron en tiempos de Maricastaña. Y ocurrieron, pasaron y fueron olvidados sin que se  resquebrajaran los pilares de la sociedad, ni el mundo se saliera de su órbita. Vamos, que el conocimiento de la historia debería refrenar la soberbia de los políticos y aliviar las inquietudes de su clientela vocinglera. Debería convencerlos de que, pasado el momento del soponcio histórico/histérico, unos y otros son tan prescindibles e indiferenciables como lo son los muertos en los cementerios: polvo, ceniza y olvido.

El avisado lector ya sabe que en el S. XIII, tras la muerte del papa Clemente IV, en la ciudad italiana de Viterbo los cardenales en cónclave se tiraron 34 meses vetando candidatos a cara de perro (desde el 29-11-1268 hasta el 1-9-1271) para, al final, llegar a un apaño: Gregorio X, un papa que hoy llamaríamos de consenso o de compromiso. Una especie de ni fu ni fa, ni pa´ti ni pa´mi. Ni pa´l PP ni pa´l PSOE, que diríamos adaptándolo a las circunstancias actuales.

Y todo porque en aquel cónclave viterbino había dos facciones encontradas: los cardenales franceses, peones de la Casa de Anjou, y los italianos, que siempre han querido un papa de entre los suyos. Hartas del estreñimiento electivo cardenalicio, las autoridades de aquella ciudad emparedaron a los purpurados dentro del palacio, les pusieron a pan y agua y les desmontaron el techo de la sala para que les llegase sin trabas la inspiración del Espíritu Santo. Fueron 34 meses de interregno en los que la cristiandad ni se resquebrajó más de lo habitual, ni sufrió pérdidas irremediables. Si no, ahí tenemos a la Iglesia de Roma, la mejor y más sólida empresa del mundo. Repartiendo dividendos celestiales y haciendo ampliaciones de capital siglo tras siglo.

Imagínese quien esto lea que aquí hiciéramos lo propio con nuestros diputados/electores, pero con los medios apropiados a la situación actual. En lugar de emparedarlos y ponerlos a pan y agua, bastaría con pagarles el salario mínimo interprofesional, 655,20 € mensuales. No sería violento ni coactivo y, de paso, sabrían lo que es currarse el sustento como cualquier hijo de vecino.  Y, además, les pondríamos una UVI móvil junto a los leones del Congreso, no fuera a pasar lo que en Viterbo, donde tres de los veinte cardenales electores murieron. Aquí no queremos padres y madres de la patria difuntos en plena faena electiva, sino que se pongan las pilas y se ganen el menú de cada día.

Y si no llegasen a una propuesta de consenso, tampoco pasaba nada. Bastaría con enviarles a sus casas con el salario base y ya nos buscaríamos otros más espabilados para eso del acuerdo de investidura y algún candidato habría que gustase a tirios y troyanos. Al fin y al cabo solo se trata de hablar para consensuar, y el Parlamento es el lugar apropiado para esa tarea; y si hablan, pero no les cunde, no hay por qué perder las formas: cambiaremos de remesa. Hay mucho lumbreras por ahí con ganas de ser cabeza de cartel, dispuesto a felar micros ante las cámaras y ganarse el jornal en el Parlamento consensuando, legislando, votando... Lo que haga falta para cabalgar sobre el escaño toda la legislatura.

Claro que, con esa obsesión que tiene la clase política por extasiarse ante su propio ombligo, se olvidan de algo mucho peor: la desafección del votante. Y también aquí la Historia en letra impresa suele dar materia de reflexión. Quizás los asesores de Presidencia del Gobierno no le han hablado a su Vicepresidenta de Octave Mirbeau y su panfleto La grève des électeurs (La huelga de los votantes), y han hecho mal. Se trata de una crónica publicada el 28 de noviembre de 1888 en Le Figaro y reeditada en varias ocasiones, hasta 2011. Si no sabían de su existencia, excusas no tienen. En Internet hay una edición en PDF de 2002 de Éditions du Boucher.

Su tesis es sencilla: el sufragio universal es un engaño por el cual los poderosos obtienen con malas artes la aquiescencia de aquellos a quienes oprimen y explotan. El elector no es más que un bípedo pensante, dotado de voluntad – pretendidamente – y orgulloso de su derecho a poner una papeleta dentro de una caja. Papeleta que justificará todos los atropellos que el poderoso quiera ejercer sobre el autoproclamado ciudadano libre, porque lo hace con su libre consentimiento. ¿Haría falta explicarlo tras los últimos “ajustes” económicos que hemos sufrido estos últimos años? ¿Le faltará razón a Monsieur Mirbeau, vistos los recortes en derechos laborales y las menguas en libertades sociales?

No es complaciente M. Mirbeau con los sufragistas activos. ¿Qué más da que voten por Pedro o por Juan, si uno y otro le oprimirán, le engañarán y le robarán? Pero no, el votante tiene sus preferencias y siempre vota por el más ladrón y el más mentiroso. Dice que los corderos que van al matadero, ellos al menos, no votan por el matarife que los matará ni por el burgués que se los comerá. Más bestia que las bestias y más borrego que los propios corderos, el elector nombra a su verdugo y elige a su burgués explotador…

¡¡Y estamos preocupados porque vamos por la segunda votación de investidura fallida…!! Desde el punto de vista del escritor francés – se me ocurre pensar –, somos borregos angustiados porque aún no conocemos el nombre del ladrón que nos robará el vellón. Bípedos votantes ansiosos del esquileo.

Pero si Mirbeau es vehemente en sus invectivas contra los votantes, hay una mirada más sosegada, y es la de Saramago en su Ensayo sobre la lucidez. ¿Y si un día los votantes, hartos de su clase política votasen en blanco? ¿Si deslegitimasen a los mercaderes de la política negándoles su voto? ¿Y, si encima, los ciudadanos fuesen conscientes de que la sociedad funcionaba sin su clase política? Aquí esa experiencia la estamos viviendo con un gobierno al ralentí, en paro cardiaco y solo preocupado por colocar a su peón y que nada cambie. Y a pesar de los aullidos mediáticos, el país está dedicado a sus afanes y se conforma con que la casta política no moleste demasiado.


El improbable lector perdonará las divagaciones de este jubilata, pero he estado espantando el calor a golpe de abanico y elucubraciones, agazapado en la penumbra de mi cuarto de estudio, mientras Cecilia Bartoli me cantaba en la intimidad aquel aria de Händel: Lascia la spina, cogli la rosa; tu vai cercando il tuo dolor… Tu cherches à te faire mal… Incluso en francés suena estupendamente, pensaba, mientras me desaguaba en puros sudores por todos los poros de mi cuerpo. 

Desde sus textos, Octave Mirbeau y José Saramago, cada uno a su modo, se burlaban de nuestra preocupación por colocar a un inquilino en la Moncloa. Pero nos gustaría tanto que, por fin, se sacaran el conejo de la chistera...

1 comentario:

  1. Todos los peperos felces porque la gente consciente no vote, porque su voto iría para izquierda, y así la derecha seguirá en el trono por secula s!!!

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