domingo, 14 de octubre de 2018

Faunario humano.-


Leyendo (perdóneseme el gerundio inicial) un tocho divulgativo referido a las lagunas que presenta la teoría darwiniana de la evolución del Homo Sapiens y antecesores, me entero de que los humanos somos primates (eso ya lo sabía, pero no) del suborden de los simios. Solo que ahora, no sé si los zoólogos y también los paleontólogos, dicen, además, que somos haplorrinos. Esto es: con ventanas nasales secas y no un hocico húmedo, como los estrepsirrinos. 

Por lo que un servidor llega a entender, somos primates de nariz simple, carecemos de membranas alrededor de las narinas y de vibrisas en el hocico. Así que magínese el improbable lector a qué situación hemos llegado como especie: no somos más que bípedos sin morros húmedos y de nariz seca. Tanto homo sapiens como presumimos ser, para llegar a vernos clasificados según una cuestión de simples narices. Más de tres millones de años evolucionando – se supone – paso a pasito, desde el Austrolopithecus, pasando por el Afarensis, el Robustus y otros; siguiendo por el Erectus, el Neanderthalensis…, y cuando llegamos a la culminación de la especie en el Sapiens, resulta que ésta nos da ejemplares de tanto relumbrón como el Trump o el Villarejo, o jubilatas septuagenarios, según el nicho ecológico donde se desarrollen.

Pensando (otro gerundio que se cuela) estaba en estas cuestiones cuando me descubrí a punto de cumplir los 73 años. Un servidor ya sabía que le venían rondando desde hacía tiempo, pero no tan apresurados. También sabía lo del acertijo que le propuso la Esfinge a Edipo, lo del animal que por la mañana anda a cuatro patas, al medio día con dos y por la noche con tres. Y también sabía que, según se iban acumulando los años, terminaría siendo ese animal (racional, a pesar de todo) que acabaría andando a tres patas. Lo que no sabía es que, de la mañana a la noche, el pequeño australopiteco con el que me identifico, que nadaba en el líquido amniótico materno, terminara convertido en un sapiens de clases pasivas que no recuerda haber recorrido toda la cadena evolutiva – del afarense al neandertal – y, mucho menos, que se haya tomado tres millones de años para hacerlo.

Lo que me recuerda (recordar, cuestión de vivir la vida hacia atrás, ya que hacia adelante no hay mucho margen) que también don Miguel se quejaba en sus Recuerdos de niñez y mocedad, o como quien dice, cuando fue ese animal edípico que andaba a cuatro patas y luego a dos:

Yo no me acuerdo de haber nacido. Esto de que yo naciera -y el nacer es mi suceso cardinal en el pasado, como el morir será mi suceso cardinal en el futuro-, esto de que yo naciera es cosa que sé de autoridad y, además, por deducción. Y he aquí cómo del más importante acto de mi vida no tengo noticia intuitiva y directa, teniendo que apoyarme, para creerlo, en el testimonio ajeno. Lo cual me consuela, haciéndome esperar no haber de tener tampoco en lo por venir noticia intuitiva directa de mi muerte.

Aceptando (un gerundio más), y siguiendo (y otro) con el símil evolutivo: que habiendo sido un homúnculo sin conciencia y sin consciencia de que lo hubieran nacido, el animal sapiens de tres patas que soy actualmente se siente un tanto decepcionado de que lo pusieran en este pícaro mundo sin advertencia previa, como esas instrucciones que vienen con los medicamentos y cuya lectura es recomendable antes de la primera ingesta. Nacerle a uno sin haberle previamente pedido parecer, dotarle de conciencia y consciencia para complicarle la existencia, y echarle en mitad de la charca embarrada que suele ser la vida, es – que don Miguel me perdone – una putada.

Y más todavía cuando, según vas viviendo la vida, le vas cogiendo gusto. Es como engancharse a la heroína, vives en tu mundo nebuloso, pero terminas hecho un trapo. Cuando te das cuenta, no hay metadona que te salve, porque la vida mata. El único consuelo (que a la mass-media le sienta bien) es que, para olvidar la finitud como ser vivo, se han inventado los smartphones, el consumismo, las modas de temporada, el patriotismo irredento, los colorines de los anuncios y otros mil sucedáneos del nada por aquí, nada por allá y ¡Hop!, el conejo que sale de la chistera.

Concluyendo (y último gerundio). No se vaya a creer el improbable lector que este jubilata mira con resquemor hacia el pasado y con temor hacia el futuro (dure lo que dure), es que le gustaría poder haber pasado por la vida en pura inopia, como la austrolopiteca afarense Lucy, que anda ya por los tres millones y pico de años y sigue igual a sí misma, sin preocuparse de trascendencias, como lo hacía el caviloso de Unamuno. Ese don Miguel, tantas veces citado hoy, quien se preguntaba si el gato acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado. Acaso los humanos, allá en el interior de su caparazón, además de Homo Sapiens sean también inteligentes. Chi lo sa! 

Y es que la ecuación de la vida a ver quién la resuelve…

7 comentarios:

  1. Pasando(otro gerundio para no ser menos)por aquí me doy cuenta de lo bien que escribes, mientras mi nariz moquea con furia inusitada después del paso de la tormenta Leslie y contemplo mi frigorífico muerto a los 24 años y epicúreamente sin vida alternativa. Mañana me traerán otro con obsolescecia pprogramada a menos años. ¿Quieren los sapiens sapiens vivir más que los frigoríficos?

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    1. Tu frigo,al menos, ha tenido una vida llena de abundancia, mientras que Lucy murió sin conocer los placeres del consumo.

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    2. No me es difícil imaginar los placeres a los que Lucy estuvo expuesta en tiempos con seguridad mejores. Además mi ex-frigo estará, con suerte, en un punto limpio esperando su completa destrucción. Por contra Lucy pervive, eso sí, no muy intacta, en Addis Abeba, en el Museo Nacional de Etiopïa. Además unos hermosos clones suyos los podemos ver en los Museo Arqueológicos de Madrid y Alcalá de Henares.

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  2. Admirado D. JJ, leyéndoles a Vd. y a D. Peche, no todo el mundo se atrevería a ponerse a escribir, dado lo gallardo de sus letras.Pero poniéndome los pies platifuéricos, cogiendo mi teclado barato y acicalándome la dicción, me atrevo a decir que son ustedes de lo más granado que se puede encontrar en este blog en punto a galanura y a justeza en la información. D. JJ. encanta con sus consideraciones que pueden ser las más malhumoradas que pueda leerse, con lo que, de vuelta de su lectura, la vida puede parecer tragable a simple vista ¡gracias! Y D. Peche me resultó muy gracioso comparando la vita venturi séculi con la obsolescencia programada ¡genial! mandándoles mis gracias y mi aparato de aire acondicionado que en pleno verano se escachifolló y del que no se encuentran repuestos ¡genial, también!, teniéndoles en mis oraciones, les saluda atentamente, Macellarius in macello.

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    1. Quam plurimum ualeas, optime Macellarie. Non nobis, non nobis, sed nomini tuo da gloriam.
      Gratias ago tibi propter amicitiam, carissime. Licet, ut Cicero ait: bonos uiros ad consuetudinem suam coniungere. Y no olvides que nos debemos un güisqui y una larga tertulia, que la edad nos va urgiendo.

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  3. Sarita Garrigo Salpelas20 de octubre de 2018, 20:34

    Este texto no me ha gustado porque se ha olvidado de los bancos y sus hipotecas que cuestan tantas vidas al año. Me gusta mucho más cuando el texto es social, cuando usted lucha por nuestros derechos. Espero que en el proximo dia toque el tema de los gastos de las hipotecas que nos han hecho pagar al pueblo.

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    1. Me gustaría que se impidiera publicar tonterías como la suya, señora. El autor del blog debería bloquear este tipo de comentarios porque entorpecen la lectura del mismo.

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