Improbable pero siempre apreciado lector.
Estaba yo estas últimas semanas buscando asunto para tratar en esta bitácora,
pero el manadero de mi imaginación sólo destilaba algunas gotas en forma de
textos inconexos.
Y aunque esta página internáutica es una multi-milmillonésima y prácticamente ignorada ocurrencia de tantas como se cuelgan
en la Red a diario, siempre he tenido el prurito de que estuviese bien
redactada. Eso, en primer lugar, por respecto a los pocos lectores que tienen
la paciencia de leerme, y en segundo, porque un lector habitual – como es mi
caso – no puede por menos que expresarse medianamente bien. Es obligación ética
y estética.
Pues eso. Que no encontraba materia
escriptoria y estuve huroneando por mis viejos textos, a ver si podía plagiarme
a mí mismo y así salir del paso. Pero como uno tiene su pundonor, pensé que si,
en lugar de copiar y pegar, y callármelo a ver si colaba, lo confesaba
francamente, al menos no daría gato por liebre.
Lo digo por esa doble obligación ética y
estética aludida más arriba: por no abusar de la buena voluntad y paciencia de
quien esto lea, y porque uno no tendrá un sitial en el parnaso de las letras,
pero no quiere caer en esa antiestética afición del refrito a cambio de
notoriedad mal adquirida.
Total. A lo que íbamos. Dejo aquí una serie de microrrelatos que compuse como tarea escolar en un taller de escritura creativa hace un montón de años, allá en el siglo pasado. Como dice el título de la entradilla, se trata de brevísimas historias que tienen como objeto el amor apasionado y sus contrarios, que vienen a ser lo mismo.
Desamor. -
No sabías que te quería y, sin embargo,
esperaste. No sabía que me querías, y por eso te olvidé.
Odio. -
Ella le hizo daño con su indiferencia y él
aprendió a quererla. El tiempo le enseñó a no olvidarla, su desdén a desearla y
su orgullo a sufrirla.
- Quiéreme – le dijo – para poder odiarte.
Paz conyugal. -
Por fin, sosegado su infierno doméstico tras treinta
años de casados, se ignoraban mutuamente en silencio.
Todo o nada. -
Ella me quería sólo a medias y yo la quería
toda entera. Llegué a un acuerdo con su otro amante y ahora ambos somos
felices. Desde entonces, ella nos odia.
Amor imperfecto. -
- ¿Gozaste, amor? – me dijo cariñosa.
La conocí en el Prado. Cerca de las Tres Gracias, me sonrió seductora y,
ante
- ...
Son diez mil y la cama – añadió, profesional.
- Te amaría, pero tengo prisa –, y, antes de huir con la recaudación, el ladrón besó en la boca a la cajera.
Incompatibles. -
Yo te hubiese querido porque eras la mujer de
mis sueños. Lo consulté en casa, pero mi esposa me dijo que no compartiría su
amante conmigo.
¡Qué egoístas sois las mujeres!
Amor voraz. -
Estaba tan bueno el tío – confesó ella, al fin
– que empecé a comérmelo a besos y ya no pude parar. El resto del cuerpo está en el congelador,
señor comisario.
Caray!!!
ResponderEliminarTremendo tu amor voraz. Muy de tu mejor estilo.
ResponderEliminarMe he convertido en un improbable lector.
ResponderEliminarUn saludo. Soy Antonio del taller de francés donde siempre se te añora.
ResponderEliminarAlgo me cuenta de vez en cuando Daniel de Bordeaux.
Y siempre me alegra saber de ti.
Mi correo por si quieres decirme algo es anunez2666@gmail.com
Si tienes algún otro olvídalo que ya no lo utilizo.
Saludos y que todo vaya muy bien
Gracias Juanjo, por esos amores imperfectos.
ResponderEliminarPedro