martes, 13 de abril de 2010

Mira qué te cuento, 2.- La rueda de madera (recuerdos apócrifos de infancia).-

Una de las cosas que más me fascinaban, siendo yo niño, era la rueda de madera del tren. Me enteré de su existencia por primera vez cuando tenía cinco años, y de todas las veces que he viajado en ferrocarril, no recuerdo que jamás la hayan encontrado.
En aquellos años de mi infancia, la verdad es que se viajaba poco. Montar en el tren para ir desde el pueblo donde vivíamos hasta la capital, era una aventura que me llenaba de emoción. Siempre me desvelaba la noche anterior al viaje. Había que madrugar y caminar hasta la estación, casi un kilómetro, cargando con las maletas y los bultos. A mí, el camino se me hacía interminable. Agarrado a la mano de mi padre, tiraba de él, ansioso por llegar cuanto antes y subirme al tren. Yo era entonces un mocoso, y el mundo era muy grande y estaba lejos. Tan lejos, que sólo en ferrocarril se podía llegar hasta él.
Un tren de aquellos, con su humeante y negra máquina de vapor, a los ojos de un niño, era un ser que imponía temor y causaba admiración. Todo él tan enorme, hecho de hierros rechinantes y maderas traqueteantes, humaredas de vapor y carbonilla que te entraba en los ojos. Verlo bufar como un toro furioso y a punto de embestir, impresionaba muchísimo. Pero aquel monstruo tenía un punto débil: la rueda de madera.
Cuando recorríamos el andén para ver cual era nuestro vagón, siempre, siempre, se veía a un ferroviario que andaba buscando la rueda de madera. Con su martillo de mango largo, iba golpeando las ruedas de los vagones, una a una: ¡Clinng! sonaba una rueda; pasaba a la siguiente, golpeaba y ¡Clinng! sonaba también aquella; y la siguiente, y la otra, y la otra… ¡Clinng! ¡Clinng...! Yo, la primera vez que lo vi, observé con curiosidad enorme aquel repiqueteo, hasta que mi padre me dijo:
– Están buscando la rueda de madera.
Según parece, cuando hicieron el tren, sin darse cuenta, pusieron una rueda de madera en un vagón. Y para que el tren no descarrilara, había que encontrarla y sustituirla por otra de hierro. Pero, por más que buscaban la rueda de madera, no conseguían dar con ella.
– ¿Y, cómo van a saber cuál es la rueda de madera? – pregunte yo intrigado a mi padre.
– Pues por el ruido – me contestó muy serio.
Estaba claro que si las ruedas de hierro hacían cling-cling, en cuanto el ferroviario golpeara con su martillo la de madera, ésta no haría ¡Clinng!, sino ¡Cróc! o algo parecido. Pero creo que, por lo menos en mis años de infancia, la rueda no apareció nunca. Y sé bien lo que me digo porque, con el tiempo, me hice mayor y empecé a viajar en tren todas las semanas. Como hice el bachillerato en la capital, donde vivía en una pensión, iba yo los fines de semana al pueblo en tren. Pasaron años, y un buen día, sin saber bien por qué –ya a punto de terminar el bachillerato– me acordé de la rueda de madera de mi infancia. Me fijé y, a pesar de tanto tiempo transcurrido, seguían buscándola. Antes de que arrancara el tren, sentado en el compartimiento y enfrascado en mis lecturas, alcanzaba a oír el cling-cling del martillo en su búsqueda infructuosa.
Luego, fue pasando el tiempo y le perdí la pista a la dichosa rueda. A lo mejor es que ya la han encontrado. Como la RENFE se ha modernizado tanto…

2 comentarios:

  1. Recuerdo esta su historia, don Juan José.

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  2. no me importa sola quiero saber si la rueda siempre se a llamado asi no buelvo a meterme aqui

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