miércoles, 8 de diciembre de 2010

Según costumbre, hablando de oídas.-


Uno se apresura a confesarlo: lo que escribe en esta bitácora no es en absoluto original, porque siempre habla de oídas y no sería decente presumir de un pensamiento fundado en la reflexión profunda. Uno oye cosas y, luego, habla. Si los textos que aquí se vuelcan tuviesen alguna originalidad, seguro, seguro, estarían protegidos por mil royalties, por varios cerrojos de derecho de autor. Es norma de obligado cumplimiento que nadie muestre su originalidad gratuitamente. Pensar, elucubrar o tertuliar en la radio, la tele o el periódico son actividades que están sometidas a precio. Aunque carezcan de originalidad, con tal de que lo parezca, vale. En la bitácora, no (por lo menos, en ésta); no se pretende pasar el gato de la vulgar opinión por la liebre de la originalidad.
La bitácora es un campo franco donde uno puede disparar sus opiniones en cualquier dirección sin necesidad de pasar por inteligente, ni de blindar sus originalidades mediante cláusulas que le garanticen una contraprestación económica. Lo cual supone una doble ventaja: primera, que el improbable lector ya sabe que el fulano de la bitácora la usa como desahogo mental; segunda, que el dicho fulano sabe que el lector no espera gran cosa de sus opiniones, lo que le tranquiliza enormemente y le permite hablar de lo divino y lo humano sin temor a defraudar.
Lo dicho viene al caso, aunque traído por los pelos, porque uno querría hablar de la audición, este domingo pasado, de un concierto en el Auditorio Nacional. En estos tiempos en que los poderes públicos malbaratan el patrimonio estatal y los derechos ciudadanos al pie del altar del Moloch al que llaman “Mercados”, la audición de una sinfonía de Haydn es un bálsamo que le recompone a uno los entresijos del alma atribulada.
Con la sociedad alborotada estos días porque unos miles de personas no pueden (en este puente de la Consti) huir en avión de sus mediocres vidas por unos días; con un gobierno que los pone encima de la mesa frente al colectivo de controladores aéreos, privilegiado y odiado pero en funciones de chivo expiatorio muy a propósito para la ocasión; con un colectivo – éste desfavorecido socialmente - que hemos dado en llamar “parados de larga duración”, al que se le niega hasta el subsidio de subsistencia; con un Gargantúa insaciable – “pasar a manos privadas” dicen que lo llaman – que devora los restos de ese pastel que llamábamos estado del bienestar (contratos fijos, salud pública, educación, infraestructuras, Aenas volátiles)…, no nos queda otra que buscar un alivio momentáneo allá donde lo haya, o donde se halle.
Y uno (qué cómodo ese “uno”, esa forma impersonal de denominarse y hablar como si se tratase de otro) que no es hombre de acción como el Avinareta barojiano; ni disfruta de una ideología maciza y sin fisuras que le permita ir por la vida pisando como con bota militar; y ni siquiera tiene la inocencia de la credulidad domesticada – tan útil para no complicarse la vida –; ese uno, digo, cada vez que puede, se refugia en la trasnochada estética. Estética de andar por casa, claro; estética de clase media: una exposición por aquí, un concierto por allá, un libro, una paseata por la otoñada campestre… Retazos del placer estético a precio módico. Y de eso habla en su bitácora, y lo habla de oídas.
El caso es que Joseph Haydn escribió 106 sinfonías, doce de ellas en la capital inglesa, las llamadas sinfonías londinenses. Es un caso de trabajador prolífico que supo adaptarse a las necesidades del momento. Digamos que “hizo la reconversión industrial” cuando cambiaron las reglas del mercado de la música, aunque suene raro emplear esta terminología para hablar de un músico del S.XVIII. Piénsese que Herr Haydn es hechura del Antiguo Régimen; que vivió una larga carrera musical bajo la protección de la rica familia Esterházy, siendo su maestro de capilla. Cuando le pusieron en la calle, al cabo de 30 años de servicio, un empresario musical le ofreció dar conciertos en Londres, con lo que pasó de ser un sirviente de familia aristocrática a empresario autónomo, dando conciertos en el King´s Theatre de Londres, con gran éxito de público y amejoramiento de su caché y engrosamiento de bolsa.
De este periodo es la sinfonía 102 que escuchamos el domingo y bien me gustaría decir unas palabras sublimes sobre esta obra, o describir la emoción estética que sentí al verla dirigida por Giovanni Antonini, quien parecía tener a la orquesta en la punta de los dedos. Pero me temo que ni yo tengo capacidad para hipérboles musicales, ni el improbable lector me lo iba a aguantar. Sí diré que, de oírla en casa, enlatada en un CD, a oírla en la sala de conciertos va un mundo de cualidades sonoras y matices auditivos que no hay tecnología que lo logre igualar.
Porque el melómano ocasional, cuando encuentra entradas para una audición, no sólo escucha música, sino que la ve brotar de entre las manos del director. Éste es un demiurgo en proceso de creación de un mundo sonoro al que imprime su soplo creador. Un gesto, un movimiento de sus manos, hacen que las notas cosificadas en la partitura cobren vida y discurran como un soplo, se encrespen como oleaje, se rompan en un chisporroteo de luces sonoras, se conviertan en un murmullo armonioso o en un grito de emociones. El espectador se ve envuelto en un mundo sonoro que le transporta – por poco tiempo, bien es verdad – a un mundo ideal donde no cabe la vulgaridad del transcurrir diario. Un mundo donde, como decía un amigo de hace muchos años, se transita de la ética a la estética sin pasar por la mística.
Y, cuando uno pone los pies sobre la tierra y coge el periódico dominical y lee que Ánsar nos amenaza con volver a la política para perpetrar la restitutio Patriae en plan Isla Perejil, uno se teme que hay gente que carece de ética y de estética… y de sentido del ridículo.

3 comentarios:

  1. Pena esa apostilla final metida con calzador. Don Juan José, ¡que aún hay diferencia con los periscopios y otras bagatelas! No, hombre, no.

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  2. Cada cual con sus fobias ¿No?

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  3. Ánsar está ya fuera de juego... Eso no es fobia; es obsesión.

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