domingo, 1 de mayo de 2011

Un viaje a Grecia: Rodas.-

Es lo que tiene pasarse diez días fuera de casa, que la bitácora queda en calma chicha, sin patrón y sin vientos que la lleven a buen puerto. Esta vez el patrón - este jubilata - se pone de nuevo al timón y anota en su bitácora algo de la visita realizada a la isla de Rodas.
Rodas es la capital del Dodecaneso, conjunto de 12 islas que forman la provincia del mismo nombre. Es la isla habitada más grande de las situadas al SE del mar Egeo, apenas a 11 millas de la costa turca. Tiene, digamos, forma de almendra irregular, en sentido NE-SO, con su capital en la punta más nororiental.


Si se accede a la vieja ciudad medieval pasando por la zona del Casino de Rodas, antes de dar vistas al puerto, se encuentra el caminante con unos edificios que parecen situarle a uno en Venecia. La cosa, como casi todo, tiene su explicación. El Dodecaneso, entre 1912 - 1943, estuvo bajo la influencia y administración italiana, bajo el reinado de Victor Manuel III y sometida a la política de expansión imperialista de la Italia musoliniana.

Lo curioso de este barrio italiano extramuros es que se construyó sobre un viejo cementerio turco, del que queda en pie una pequeña mezquita muy deteriorada y algunas tumbas que sirve de alojamiento a los gatos callejeros. Tiene el lugar, por lo modesto y abandonado, un aspecto romántico y decadente, con las tumbas desventradas entre enormes eucaliptos, pero el visitante apresurado apenas le dedica un vistazo. Allí no hay tiendas, ni restaurantes; solo los gatos merodeando entra las lápidas con inscripciones coránicas.
También la influencia italiana se echa de ver en la reconstrucción del palacio del Gran Maestre de la Orden Hopitalaria de San Juan. Los hospitalarios se instalaron en Rodas, entre 1271 y 1522 una vez expulsados de los lugares santos por los árabes. El 1522 capitularon y entregaron la plaza fuerte a Soleimán el Magnífico. Al marcharse, la pólvora que les sobraba la escondieron en los sótanos de una iglesia aneja, cuyo estallido, a causa de un incendio fortuito, provocó el derrumbe del palacio unos años después, cuando éste era la residencia del gobernador turco.

El palacio, en ruinas, sirvió como cárcel hasta que los italianos decidieron restaurarlo a mayor gloria del fascio redentor. Actualmente puede visitarse en todo su esplendor y da idea de la magnífica fortaleza que fue. Mosaico paleocristianos y romanos, así como estatuas clásicas, son un añadido para darle lustre y vestir sus desnudas paredes.
Callejear por la vieja ciudad medieval es un placer para los sentidos del visitante, si no se le han embotado por culpa de la vena del adocenamiento turístico que todos sufrimos en cuanto vemos las tiendas de souvenirs.





Dentro del recinto amurallado de la ciudad uno se encuentra con hermosos edificios de gótico civil, en piedra bien tallada, y callejuelas que le recuerdan el típico trazado laberíntico de las ciudades árabes, con algunas mezquitas bien conservadas, con sus fuentes donde se hacían las abluciones rituales antes de la oración; aún sigue en funcionamiento un hammam o antiguo baño turco, y, callejeando, se llega a plazuelas emparradas donde tomar un expreso griego: un culín de café espeso en el fondo de una tacita minúscula.

Este jubilata, con un poco de nostalgia, paseando por aquellos lugares, recuerda cuando visitó la isla allá por 1977 -era nuestra segunda salida al extranjero- y paseábamos las calles bulliciosas, con mil olores a las comidas especiadas; calles llenas de sol y música. Hacía tanto calor que la mi santa andaba por aquellos andurriales con un pantalón corto de un pijama mío y una blusa griega. Éramos jóvenes, cualquier tontería nos hacía reir y teníamos todo el mundo ante nosotros por descubrir. (Aquí resulta inevitable poner un par de suspiros de añoranza -¡Ahh! ¡Ahh! Dum loquimur fugerit invida aetas-) ... y seguimos con lo que importa.
Lindos, la otra ciudad de la isla, como una explosión de luz junto al mar con los azules más bellos que puedan encontrarse, está cuajado de casitas blancas y tiene trazado laberíntico que trepa hasta los pies de la acrópolis. Una joya mediterránea que el viajero no puede perderse bajo grave pecado de irresponsabilidad estética.
De los viejos templos paganos sobre la acrópolis poco queda, solo los vestigios de un templo dórico. Tiene una antigua iglesia bizantina, fuertes muros medievales y unas vistas sobre la costa recortada que dejan en suspenso de admiración al viajero. Callejear de bajada por aquellas callejuelas serpenteantes es como perderse por el laberinto cretense. Pero si uno se pierde -puede y hasta debe hacerlo - siempre podrá encontrarse con el mar... o con centenares de turistas cargados de bolsas de recuerdos inútiles y ansionsos por ajustarse a los horarios que marcan los guías. Ay, los guías, esos exigentes pastores de masas, quienes pretende que, en un par de horas, el turista apresurado se empape de tanta historia como
va pisando a cada paso que da.



Rodas es mucho más, pero hay que ir a verla. Con lo dicho aquí, que al improbable lector le baste. A menos, claro, que no se aguante las ganas, se sienta aventurero como Odiseo, deje todo lo que tenga entre manos y se pierda por aquello parajes, camino de su Ítaca ideal. Un servidor cumple con decirlo.

2 comentarios:

  1. Qué envidia, Juan José!! Maravillosa descripcion! Espero no morirme sin conocer Grecia. Así de simple.

    Saludos!!

    PD. Veo que pudiste sacar tus ahorrillos del banco... o no??

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  2. Alexis Cataplinescuri12 de mayo de 2011, 12:53

    Ya estoy al tanto del viaje. Espero que les gustara mi país. Un abrazo y perdone si he cometido alguna falta.

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