miércoles, 15 de junio de 2011

Donde los pies te lleven.-




Ya sé que acabo de fusilar malamente el título de una novela de Susana Tamaro, pero lo hago en la confianza de que el improbable lector se lo perdorne a este jubilata de pies cansados.


Como ya dije en mi entrada anterior, pensaba echarme unos días al Camino con el fin de disfrutar de la soledad (relativa) por esos campos y montes que atraviesa la ruta jacobea. Era un deseo que permanecía latente desde que, en 2005, fui caminando desde Saint-Jean Pied de Port, en tierras francesas, hasta Santo Domingo de la Calzada, en La Rioja fértil en vinos.
De regreso a casa, asaz molido y con los pies encallecidos, y más contento que unas pascuas, me apresuro a dar noticias de mis andanzas, no sea que el improbable lector crea que he abandonado esta bitácora y él abandone la lectura de estas notas que cuelgo semanalmente. Sería una pena porque a vér qué va a hacer un servidor, falto de lectores que sigan con curiosidad sus historias y experiencias.


Como no disponía de muchos días, decidí terminar el recorrido por tierras riojanas y recorrer la provincia de Burgos.


Para quien se haya metido en estas andanzas, bien como peregrino o como tourperegrino (que así llaman a los comodones que van con coche de apoyo y duermen en hoteles o casas rurales), hacer caminos por tierras castellanas es una experiencia que difícilmente puede olvidarse.
Ya se sabe cómo es esta Castilla nuestra, con sus tierras llanas donde se pierde la vista, con sus campos cerealistas y sus caminos que parecen no tener fin. Afortunadamente, en esta época del año los trigales aún verdean mientras van granando y, vistos en la distancia, semejan enormes alfombras que se mecen suavemente al impulso de la brisa mañanera. Los campos de colza, que también los hay, dan al paisaje una tonalidad amarillenta que sirve de contrapunto y complementa esos verdes intensos de los trigales. Incluso, cosa que antes nunca había visto, hay extensas plantaciones de adormidera de un rosa pálido que llaman la atención por lo exótico de su presencia en estas tierras de monocultivo. Cuando el paisaje se quiebra en pequeñas lomas, en lo alto de las colinas pueden verse, a veces, pequeñas matas de árboles que son como islas boscosas. Todo ello agradable a la vista y reconfortante para el caminante madrugador, que disfruta del frescor de la mañana.


Según se camina por aquellas soledades, puede verse a la alondra cantando mientras aletea a gran altura sin moverse del sitio. Es el macho que vigila el nido a sus pies, mientras la hembra, entre los cultivos, empolla los huevos. También puede el caminante oír el característico reclamo de la perdiz entre los trigales. Y al jilguero o al verderón que se columpian, casi ingrávidos, sobre un brote de trigo y trinan. Uno se para a oírlos y olvida por unos minutos que le quedan veinte kilómetros, o los que sea, hasta llegar al próximo refugio.


Pero, eso sí, uno debe ponerse en marcha a las siete de la mañana, como muy tarde, si quiere soportar las fatigas del camino sin que el sol le castigue durante las horas centrales del día. Cosa, esa de madrugar, que no puede evitarse, ya que en los refugios la grey peregrinil empieza a rebullir antes de las seis de la mañana y no hay forma de hacer pereza dentro del saco de dormir.
Una de las cosas más agradables del Camino es cuando uno pasa por los pueblos, se encuentra con algún paisano, y éste le saluda ¡Buen camino, peregrino!, o cuando, reventado de tanto machacar las suelas de las botas, llega a un refugio y le reciben con un abrazo y le dan un camastro o una colchoneta en el suelo para que se acomode. Es como sentirse en casa -con comodidades elementales, claro- y saber que durante unas horas estará en familia. Una familia variopinta, donde se oye todo tipo de lenguas y se ven gentes de cualquier lugar del mundo. Además, en algunos refugios le ofrecen al caminante una cena comunal donde se reúne esa babel peregrinesca en torno a una mesa improvisada y se come del puchero que, con más o menos arte, ha preparado el hospitalero, siempre con mejor voluntad que ciencia culinaria.



Recuerdo la cena en Grañon, donde enseñoreaba una hospitalera de origen norteamericano, que nos dio de cenar un caldero de lentejas apelmazadas que se negaban a despegarse del cazo para caer en el plato, y un puding con manzana, muy americano. Allí, sentado a mi lado, un peregrino francés se comió tres platos de aquel engrudo con el mismo apetito que si estuviese degustando el más suculento de los manjares; y una peregrina holandesa se las comió con cuchillo y tenedor, mezclando puding y lentejas. Todo un refinamiento gastronómico, nacido de la pura necesidad de supervivencia.


Que conste: no lo digo por burla, sino como anécdota; que donde se da lo que hay no se está obligado a más, y el peregrino nunca exige, toma lo que le dan y queda agradecido. Lo cuento para que se vea que en el Camino todo aprovecha y la risa bienhumorada es un ingrediente imprescindible para aguantar fatigas.


Coincidí con un calagurritano reidor y un tanto achispado, con quien compartí cervezas y bromas; con un médico francés, con quien caminé un par de días y resultó ser una de las personas más interesante que haya podido conocer en los últimos tiempos; y con unas peregrinitas mejicanas que andaban por los caminos con sus faldamentos largos y vistosos, sus sombreros de ala ancha y sus pañuelos vaporosos, como salidas de una estampa antigua. De ellas me despedí con un beso en Burgos (se quedaban un día más), y ellas me dieron un abrazo porque, según me dijeron, en Méjco se abrazan para juntar corazón con corazón. Fue emocionante y hermoso.


Gente toda que queda en el Camino y de la que no volveré a saber más. Tampoco importa; uno no puede traerse todo a casa, aunque regresa con la mochila llena de vida vivida en libertad.



De un viejo libro de poesía que tengo por casa, copio estas estrofas de La alondra del barbecho, de Miguel de Castro, que vienen muy al caso:



La musa que en mi alma anida,


no es princesa que amor llora,


sino recia labradora


que canta al son de la vida.


La veréis por el barbecho


cruzar con el ceño adusto
bravo y tentador, el busto,
grave y maternal, el pecho.


Ruda y arisca villana
sólo mi amor la alboroza
moza tempranera... ¡moza


de cantiga serrana!

3 comentarios:

  1. Sregio Boñafabe Möllen16 de junio de 2011, 21:22

    ¡Vaya placer! Y lástima que ahora todo vuelva a la normalidad: la cola de las cajas del súper, la televisión alta del vecino, el duro y frío sentir del granito del peldañeado de la escalera... y hasta tener que aguantar los comentarios del facha de su sobrino en el blog... Ánimo, amigo.

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  2. German Carrasco Morete16 de junio de 2011, 23:54

    Yo no soy facha.

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  3. El hombre nació en Africa y se expandió por todo el mundo. El destino del hombre es caminar.

    Albur!!

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