domingo, 25 de enero de 2009

Una visita al Museo del Prado.


Una de las aficiones que solemos practicar los jubilados culturetas es la de visitar museos. Como nos salen gratis… Por poco precio cultivamos el espíritu, el intelecto y desarrollamos el sentido estético.
Somos europeos ¿No? ¡Pues que se note!
Viene al caso porque en el Prado, sábados y domingos, hay visitas guiadas en las que se comenta una obra de los fondos del museo, distinta cada mes. Media hora antes de comenzar, uno va, se apunta, le dan un pinganillo y puede ir a la sala correspondiente a disfrutar de las explicaciones que una experta en arte va dando a pie de obra.
Este sábado pasado, o sea, ayer, hemos asistido Teresa y yo al comentario de un cuadro de la escuela flamenca: La Fuente de la Gracia y el Triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga, de la escuela de Jan van Eyck y de fecha anterior a 1430. Ya el título da idea de que estamos ante una obra alegórica cargada de simbología y de militancia católica. Parece ser que es el panel central de un tríptico, cuyas tablas laterales han desaparecido, pintado por encargo de los duques de Borgoña, quizás comprado por Juan II, donado por Enrique IV de Castilla al monasterio de El Parral (Segovia), que formó parte de los fondos de la R.A.S. Fernando y que, desde 1872, forma parte de los fondos del Museo del Prado.
Esta Fuente de la Gracia, desde el punto de vista estilístico e iconográfico, se relaciona con el gran tríptico El Cordero Místico de los hermanos Van Eyck, que tuvimos la fortuna de ver hace años en la iglesia de San Bavón, en Gante. Está montado como una escenografía a semejanza del teatro religioso de la época, con tres registros, enmarcados por arquitecturas góticas. Un primer registro, el celestre, presidido por Dios Padre (a sus pies el cordero místico), enmarcado por la Virgen y san Juan Evangelista. Un segundo registro, musical, con dos grupos de músicos tañedores, a derecha e izquierda, y otros dos de cantores. Uno de los instrumentos resulta curioso: un ángel tañe una especie de enorme flauta con cuerdas (instrumento “cordófono”, porque se tañe con arco. Su nombre: flauta marina), que a tamaño real debía de tener unos dos metros de longitud. Es un extraño híbrido entre flauta descomunal y violín (uno, al verlo, se acordó de los Luthiers y sus extraños instrumentos). El resto son más conocidos: arpa, laúd, salterio, viola, órgano portátil. El tercer registro representa la disputa entre la Antigua y la Nueva Ley (o entre la Sinagoga y la Iglesia). A la derecha de la escena, los representantes de la Iglesia en pie: el papa Martín V (el cual mandó dar matarile al herético Jan Hus, aprovechando la convocatoria del concilio de Constanza, al que asistió Hus con un salvoconducto que garantizaba su inmunidad), el emperador y otros personajes religiosos y laicos; a la izquierda, los representantes del Antiguo Testamento con el Sumo Sacerdote con los ojos vendados (simbolizando su ceguera ante la verdad revelada del cristianismo) y el resto de los hebreos en actitud gesticulante y de desconcierto.
Desde el punto de vista formal, se trata de una composición simétrica, con el punto de fuga sobre la tiara del Dios Padre entronizado y la arquitectura gótica con el gablete central. El conjunto de las escenas enmarcan, en forma circular, al cordero místico sobre la fuente de la vida: una pila octogonal, simbolizando un baptisterio, y sobre ella una custodia. Un ave fénix y un pelícano, ambos simbolizando los sacramentos del bautismo y la eucaristía. Los trajes de los personajes son a la moda borgoñona y se relacionan con la industria pañera flamenca. Por último, la luz incide sobre el conjunto entrando por la izquierda de la escena y estableciendo un juego de luz y sombra que da más sensación de realismo a la composición, aunque está muy lejos de los fuertes contrastes luminosos del barroco.
Quien quiera saber más, todavía está a tiempo de acercarse al Prado y apuntarse a la visita. Ánimo, que no duele ni nada.

2 comentarios:

  1. Cuando lleguen al matrimonio Arnolfini me avisas, que es mi favorito...

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  2. Pues a mí, cuando la Venus del espejo...

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